El apellido es el nombre de
familia con que se distinguen las personas. Así de simple lo
describe la Real Academia Española, rectora del conjunto de
palabras y sus acepciones que conforman nuestro idioma
castellano.
El uso del apellido como tal se
remonta a la Roma Imperial, donde el interés genealógico fue más
allá de lo religioso, ya que se encontraba en lo jurídico y en
lo social. Ser miembro de una gens era una condición de la
ciudadanía romana. La gens era una unidad política, una
subdivisión de una curia, la cual a su vez era parte de una
tribu. Sólo las personas que tenían el mismo nombre gentil, que
nacían libres y que no contaban esclavos entre sus progenitores,
ni habían sufrido degradaciones en su categoría social, podían
pertenecer a ella, después de localizar su ascendencia, a
través de los varones, desde un antepasado común.
En la Edad Media se hizo más
universal el uso del apellido, para identificar los grupos
familiares y en tiempos de la llamada Edad Moderna, el uso del
apellido se generaliza y se fortalece todavía más,
principalmente por las medidas con carácter de obligatoriedad
dispuestas por la Iglesia Católica en el Concilio de Trento.
Estas medidas consistían en llevar registro de todos los
nacimientos, bautismos, matrimonios y fallecimientos de las
personas.
En la actualidad, el apellido,
junto al nombre propio, conforma el conjunto de palabras con las
que se identifica y designa a cada persona con relevancia
jurídica y con carácter oficial.
La forma y el orden en el uso de
los apellidos para nombrar a las personas difieren de un país a
otro. En el nuestro, primero van los nombres propios, seguido
del apellido paterno del padre y por último el apellido paterno
de la madre.
Según el origen del mismo, los
apellidos pueden clasificarse en: patronímicos, aquellos que
provienen de un nombre propio; toponímicos, aquellos que se
derivan del nombre del lugar donde vivían o de las tierras que
poseían; de apodos o de descripciones de algo o de cosas, que se
derivan por la asociación de la persona con la palabra en
cuestión; y de títulos, oficios o profesiones, aquellos que se
derivan del oficio que ejercían o del título que poseían esas
personas.
Los apellidos que enunciaremos
se presentarán en orden alfabético, según su clasificación, y
mencionaremos sólo una parte de los que entendemos, han echado
raíces o que han formado parte de la gran familia dominicana.
Apellidos de origen patronímico: Alberto, Alfonso, Alonso, Ángel, Aníbal, Antonio,
Apolinar, Armando, Arthur, Bartolomé, Bernabé, Bienvenido,
Bonifacio, Camilo, Caonabo, Casimiro, Claudio, Cornelio, De
Jesús, Demetrio, De Ramón, Elías, Esteban, Eusebio, Feliciano,
Felipe, Fermín, Francisco, Germán, Guillermo, Javier, Jesús,
Jorge, José, Julián, Lázaro, Leonardo, Leonor, Lucas, Luciano,
Manuel, Marcelino, María, Mercedes, Merejildo, Mateo, Nazario,
Nicolás, Pablo, Ricardo, Rosario, Rubén, Santiago, Severino,
Tiburcio, Tomás, Vicente, Víctor, Victorino, Vinicio.
Apellidos de origen toponímico: Alemán, Andino, Antigua, Arroyo, Asiático, Barranco,
Barrios, Belén, Campillo, Campos, Canal, Canales, Canario,
Canteras, Casas, Castellanos, Castilla, Castillo, Cienfuegos, Cuevas, De
Peña, De Paula, De la Torre, Del Castillo, Del Monte, Del Río,
Del Risco, Del Valle, Escoto, España, Feria, Francés, Fuente,
Gallego, Germán, Ginebra, Gomera, Guerra, Herrera, Madrid,
Madrigal, Mendoza, Mercado, Padua, Palacio, Palacios, Polo,
Pradera, Rincón, Río, Rivera, Romano, Salcedo, Solares, Torres,
Vega, Villa, Villanueva.