Familias Judías en Santo Domingo
Antecedentes
Es realmente notable
el despertar general y el creciente número de personas en todo
el mundo que se sienten identificadas con el movimiento Bnei
Anusim, descendientes de quienes fueron obligados a
abandonar el judaísmo, tras las persecuciones en la península
ibérica y las colonias españolas y portuguesas. Ante todo, es un
error conceptual referirse a los apellidos de los Anusim como
“apellidos judíos” o “apellidos de origen judío”. A partir de
1492 en España y 1497 en Portugal, dejaron de existir en estos
territorios los apellidos judíos, fuera de contadísimas
excepciones. Aquellos que tras la expulsión se quedaron en suelo
ibérico, debieron convertirse al cristianismo. Por lo tanto, los
apellidos de los Anusim y sus descendientes son aquellos
adoptados tras el bautismo, los cuales, casi en su totalidad, eran
apellidos ya existentes en la sociedad circundante. Pretender
hoy hacer conjeturas de ascendencia judaica después de cuatro
siglos de total inexistencia de pruebas genealógicas, es un
anacronismo.
La genética es
considerada por muchos como una formidable nueva herramienta
para la genealogía. Muchos estudios étnicos y de apellidos ya
han sido publicados en libros y en la red del internet y
algunos invitan a su participación. El proyecto etnográfico de
la revista National Geographic está tratando de
determinar las rutas migratorias de los antiguos colonizadores
del planeta. Entonces, ¿porqué los interesados no acuden a estos
métodos modernos para comprobar sus estirpes y dejan a un lado
las teorías?
El judío hoy en día ya
no es una raza, es una TRADICIÓN; basta ver la cantidad de
fisonomías diferentes que se observan en el Israel moderno:
rubios de Europa Central y Oriental, morenos del norte de África
y de Salónica, negros de Abisinia o Etiopía, sin incluir otras
minorías desde sitios tan remotos como la India.
Los judíos de hoy se
subdividen en: Sefardíes (del
hebreo
ספרדים “Españoles”,
y su idioma es el “ladino” o castellano antiguo),
Asquenazíes
(de
Europa
central y
oriental,
cuyo idioma es el Yedish o “alto alemán”) y los
Mizrahim
(del
hebreo
מזרחים, “Egipto”
u “Oriente”
de lenguas árabes).
La destrucción del
reino del Norte o Israel por parte de los asirios en el año 721
A.C.(2 Reyes 17, 1-6) significó la desaparición de diez de las
doce tribus de Israel, sin que se tengan rastros de ellas, a
excepción de meras especulaciones. Sólo sobrevivió el Reino del
Sur o las tribus de JUDÁ
y BENJAMÍN. Es por eso que los hebreos
serán conocidos desde ese momento por JUDÍOS, una de las tribus
a las que perteneció David, Salomón, la Virgen María, San José y
por ende Jesucristo.
A raíz de la
destrucción del Segundo Templo de Jerusalén (año 70 D.C.) y la
pérdida de todos los archivos religiosos y familiares, se hizo
preciso convocar al Concilio de Jamnia (año 90 D.C.), próximo a
la hoy ciudad de Tel-Aviv, para recomponer las leyes judaicas y
establecer entre otras disposiciones la transmisión de la
estirpe judía sólo por la vía materna en lugar de la paterna,
como se tenía anteriormente. Hoy en día, cualquier ciudadano del
mundo que pueda demostrar genealógicamente su ascendencia
judaica a través de su abuela materna, es considerado JUDÍO, y
como tal puede optar por la ciudadanía del estado de Israel, con
más autoridad que sus parientes y vecinos los palestinos
(quizás descendientes más directos de Abraham a través de Ismael
o Isaac).
Los judíos en España
Comunidades judías
existen en territorio español desde tiempos remotos (siglo VII
A.C.). El hallazgo de evidencias arqueológicas lo confirma.
Llegaron con los fenicios (“pueblos del mar”, de la misma estirpe
que los filisteos, a los que los reyes Saúl y David
combatieron). Sufrieron persecuciones de los visigodos (reinado
de
Recaredo,
año 587 D.C.) y se aliaron a los musulmanes en la conquista de
la península ibérica (año 711 D.C.). Con la conquista árabe de
España se inició en el Al-Andalus la época de mayor
florecimiento judío-sefardí, y como paradoja del destino, en
esas épocas los árabes eran sus mejores aliados.
La
reconquista paulatina de la
península
ibérica por parte de los reinos cristianos propició, de
nueva cuenta, un ambiente de tensión con relación a los judíos,
que se siguieron desarrollando en la mayoría de las actividades
financieras. Ese proceso implicaba, para poder
asegurar una verdadera unidad política y social, la uniformidad
religiosa. A la conquista de Granada, último reducto musulmán
en España, por parte de los Reyes Católicos Isabel y Fernando,
siguió la firma del Edicto de la Alhambra,
en el que se pedía o la conversión de los judíos españoles al
cristianismo, o su salida definitiva del territorio en un plazo
de tres meses. Unos optaron complacidos por la conversión, otros
optaron por la conversión forzada (“marranos” o “Mar-anus que en
hebreo significa “persona forzada”) y una gran parte decidió
emigrar a Portugal, Italia y los países bajo el dominio otomano
o turco (sobretodo a Salónica, Macedonia griega). En 1580, al
quedar vacante el trono portugués, el rey de España, Felipe II, hijo de
Isabel de
Portugal y por tanto nieto del rey
Manuel I,
hizo valer su reclamación a dicho trono. Los judíos de Portugal,
sumados a los emigrados de España, se vieron forzados a emigrar
nuevamente, predominantemente a Holanda, enemiga de España y en
guerra con esta por su independencia, y también a los puertos
alemanes del mar del Norte y el Báltico.
No se tiene certeza de
la cantidad de judíos que residían en España y Portugal antes de
1492; su número era menos de un 5% de la población, pero su
participación económica era tan vasta que hacía pensar que eran
la mitad de los habitantes ibéricos, y de ahí el surgimiento de
Holanda como una potencia marítima y comercial de primer orden
en contraposición con el declive de España y Portugal a partir
de 1588.