
Ricardo Brugal Limardo, 2do. vicepresidente; Olga Gómez Cuesta,
secretaria; Edwin Espinal Hernández, presidente; Carlos Alonso
Salado, tesorero; Julio González Hernández, bibliotecario;
Víctor José Arthur Nouel, vicepresidente.
No son simples
autores de inventarios familiares ni detectives de antepasados y
descendientes ilustres, aunque son capaces de establecer en
segundos todo el historial de lejanos ancestros, fijar
parentescos, procedencias, herencias y hasta explicar causas de
misteriosos u ocultos padecimientos generacionales.
Son auxilio de
médicos, antropólogos, historiadores, políticos, arqueólogos,
estadísticos, herederos de bienes y fortunas, viajeros
prominentes o ciudadanos comunes movidos por la curiosidad de
conocer raíces ignoradas.
Viajan por el
mundo en aviones, embarcaciones y ferrocarriles reales pero
también realizan interminables travesías por las redes
electrónicas, en transporte público, privado o a pie tras una
referencia, una huella, un testimonio, un dato que complete esos
estudios que se han convertido en pasión que roba horas a sus
profesiones de abogados, empresarios, administradores de
empresas, peritos en electricidad, mercadólogos, banqueros,
comerciantes, industriales...
En poco tiempo se
han erigido más que en una institución reconocida por decretos
de dos ex Presidentes de la República, en guardianes de la
parentela de la Patria, poniendo al descubierto falsos
sucesores que no han podido probar vinculaciones proceras,
patricias, nobles.
La popularidad que
han alcanzado es inimaginable. De todas latitudes les llaman,
escriben, visitan. El país los consulta y algunos adinerados les
encargan escribir la historia que los une a sus estirpes
lejanas.
Están congregados
en el Instituto Dominicano de Genealogía y es impresionante la
cotidianidad con que se mueven por parroquias, oficialías
civiles, archivos públicos y personales, hogares y,
principalmente, la familiaridad con que manejan el complicado
archivo de la Iglesia de Jesucristo
de los Santos de los Últimos Días
(Mormones), donde prácticamente están registrados todos los que
han habitado este terruño, vivos y muertos, dominicanos y
foráneos.
Edwin Espinal
Hernández, abogado, historiador, miembro correspondiente de la
Academia Dominicana de la Historia, es el presidente; Víctor
José Arthur Nouel, llamado “el Webmaster”, experto en
electricidad industrial, es primer vicepresidente; Ricardo
Brugal Limardo, ingeniero civil, es segundo vicepresidente; Olga
Gómez, mercadóloga, es secretaria; Carlos Alonso Salado,
tesorero, es banquero; Julio González, administrador de
empresas, es bibliotecario, mientras que Juan Ventura, Antonio
Guerra y Jail Aurich fungen como vocales. Ejercen
profesionalmente como doctor en Derecho, ingeniero Civil y
administrador de empresas, respectivamente.
“Esta es la
primera directiva que tiene un presidente democrático, porque las
anteriores eran de presidentes absolutos y los directivos eran
prácticamente flores, decorativos. El primer presidente fue
monseñor Polanco Brito, después Jimmy
Pastoriza y
Julio Genaro Campillo Pérez. Los que realmente ejercieron fuerza
en la institución fueron Julio Genaro Campillo, Luis Arthur y
Luis José Prieto. Verdaderamente ahora, con Edwin Espinal, es
que el Instituto se maneja con su directiva y se escuchan las
diferentes opiniones y direcciones que deben hacerse y tomarse
en cuenta. Se trabaja en equipo, sobre la base del consenso.
Tenemos al primer presidente democrático en el Instituto”,
manifiesta el locuaz Arthur, hiperactivo con sus aparatos
electrónicos, respondiendo con proyecciones en una amplia
pantalla con todas las respuestas reflejadas en fotos, gráficas,
textos.
Cada uno tiene
obra, historia, réplica. No todos los libros de sus particulares
indagaciones son por encomiendas, también los mueve la fiebre
por la búsqueda, el reto de encontrar donde muchos dicen que no
existe nada. Y sobre todo, ayudar, no sólo a los historiadores,
de quienes son colaboradores leales. Hay quienes los consideran
“maniáticos”.
—Algunos dicen que
la genealogía es el chisme de las familias, un pasatiempo para
la vanagloria y el ego, sin ninguna utilidad— se les comenta, y
Alonso Salado considera que la observación “es un poco a la ligera”.
“La genealogía
podría formar parte de la pequeña historia, que por supuesto
nutre a la gran historia, pero fundamentalmente, el conocimiento
de muchos personajes del pasado, de sus acciones, tiene que
estudiarse a partir de sus vínculos familiares”, responde
Espinal Hernández, poniendo ejemplos de Buenaventura Báez.
Esta rama,
agregan, es un apoyo al derecho, la nobiliaria: “es el
discurrir de una familia que no necesariamente plantea que sea
algo banal, porque, justamente, la familia es la célula de la
sociedad”.
La “cápsula” sabatina que publican en Areíto les ha abierto las puertas al
mundo, afirman. Tienen portal oficial y ahora, la genealogía se
ha instituido como materia en el colegio “Babeque”, gracias a la iniciativa de la genealogista María José Álvarez.
Este equipo ha
aclarado serias discrepancias en fechas de nacimiento o muerte,
en identificación de restos mortales, nombres de abuelos u otros
ascendientes. Se han tornado en eficaces sustitutos de
oficialías donde los libros están deshechos o no existen a
partir de decenios y han satisfecho la vanidad de hombres y
mujeres presumidos que hoy pregonan con orgullo la existencia de
algún chorrito de sangre azul en sus venas que creían plebeyas.
Mormones
Cuentan casos de
tuberculosis, sordomudos, enfermedades malignas heredadas que
pudieron haberse diagnosticado, tratado, controlado a tiempo si
se hubiese conocido el árbol familiar. Reiteran su gratitud a
las ricas documentaciones de los Mormones. Edwin Espinal explica
que “es una vinculación muy particular de cómo se relaciona la
genealogía con la religión”.
“Ellos tienen la
creencia de que con el bautizo de los antepasados y el bautizo
de las actuales generaciones puede existir la salvación para
todas las generaciones familiares y en provecho de esa creencia
han establecido centros de historia familiar, y esos centros
conservan microfilmadas las actas de estado civil y las
parroquiales, en el caso dominicano, de todas las parroquias y
oficialías”.
“Eso,
independientemente del valor que pueda tener para los Mormones,
para el Instituto es una fuente inestimable, por el hecho de que
muchos de los libros que se conservan en las oficialías, ya
están destruidos. Estos microfilmes datan de más de 20 años”.
Nobleza falsa,
proceridad ficticia
—Ustedes
desmintieron a los supuestos descendientes de Juan Pablo Duarte
de San Francisco de Macorís, pero nunca se han pronunciado en
relación con los presuntos herederos de Horacio Vásquez y de la
nobleza de los Borbones— se les consulta.
“No hay vínculos
entre la familia macorisana y los Duarte. Empezamos a investigar
tratando de encontrar alguna conexión y lo que encontramos es
una prueba documental de que no hay relación alguna”.
“Esos Duarte de San
Francisco de Macorís no son los Duarte de Juan José Duarte, el
padre del patricio. Ellos no tienen pruebas”.
“Los argumentos de
nosotros son imposibles de rebatir, ellos no han podido dar una
respuesta que cambie la contundencia de la documentación
nuestra”, manifestaron.
En el caso de “los
Borbones”, replicó Edwin Espinal, “no hay ningún elemento
lógico, racional, ni documental que permita establecer que esa
señora es descendiente de quien dice descender ni madre de
quienes dice ser”.
—Habló el abogado—, reaccionó uno.
—Se pronunció el
historiador— manifestó otro.
Alonso Salado dijo
que prefería imitar al rey Juan Carlos y preguntarles: “¿Por qué
no se callan?”.
Insistió en que no hay elemento lógico racional ni documental
que pruebe que esa señora es descendiente de quien dice.