La tradición
oral es una de las fuentes que utiliza el genealogista para
reconstruir la trayectoria vital de los personajes o familias
que estudia. Pero no obstante su utilidad como punto de partida,
su uso para fundar un estudio debe ser cuidadoso, pues en muchas
ocasiones el testimonio transmitido a través de varias
generaciones puede llegar al investigador en forma distorsionada
o incompleta, de modo que imposibilite recomponer de manera
fehaciente determinados hechos en la vida de una persona o grupo
familiar o incluso relaciones de parentesco.
La mayor o
menor credibilidad de un testimonio no depende de la categoría
de la persona de quien provenga, sino de su mayor o menor
coincidencia con determinados hechos constatados a través de
otras fuentes y del grado de verosimilitud que se aprecie en el
mismo. Eventualmente, el testimonio podría resultar parcializado,
lo que se determinaría a partir de sus contradicciones con una
realidad fáctica o su evidente falsedad, características estas
que en ocasiones pueden resultar de la antigüedad de la fuente
testimonial.
Una
información oral puede ser descartada no necesariamente por ser
inverosímil, sino por carecer de valor probatorio respecto de un
hecho específico. Es válido pues que un testimonio por medio del
cual no se ha podido establecer un hecho, sirva para la
demostración de otro. En este mismo sentido, cabe indicar que
pese a la discrepancia de elementos de un testimonio con hechos
comprobados documentalmente, nada impide que se pueda determinar
la veracidad de otras partes de ese mismo testimonio para
sostener una conclusión, teniendo en cuenta aquellas
consideraciones que resulten más convincentes. Por supuesto, no
basta expresar que a partir de un testimonio se establecieron
tales hechos; es necesario que se indiquen los criterios que
permitieron forjarse el convencimiento de los mismos, amén de
que debe precisarse de qué manera resultaron probados.
Finalmente,
debemos referirnos a un corolario fundamental: un hecho
consagrado documentalmente no puede ser contradicho por un
testimonio que le sea opuesto. Sólo cuando no resulte
contradicción alguna entre un elemento de juicio de carácter
documental y una información testimonial, ésta última retendrá
su validez.
En muchas
familias, ciertas tradiciones orales han podido ser confirmadas
al establecerse que su contenido coincide con determinados
documentos o incluso con otras versiones de las mismas,
debidamente soportadas en fundamentos escritos. En otras, “las
historias de familia” han resultado ser falsas, derrumbándose
ante elementos de prueba que permiten constatar, de forma
irrefragable, que los hechos que constituyen su estructura son
insostenibles o absurdos. Es de aquí que resulte prácticamente
de principio que en una investigación genealógica se prefieran
los datos documentales antes que los orales, por la fiabilidad
que los primeros le otorgan.
Como queda visto, la fuente
oral, si bien goza de aprecio entre los genealogistas, amerita
ser depurada, contrastada y tamizada en sus contenidos para
servir de base a una afirmación en esta materia.