INSTITUTO DOMINICANO DE GENEALOGÍA, INC.

Cápsulas Genealógicas

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SECCIÓN SABATINA DEL DIARIO Hoy

SÁBADO, 20 DE FEBRERO DE 2010

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UN SINGULAR COMPADRE DE JOSÉ MARÍA IMBERT (1 de 2)

Preparado por Edwin Rafael Espinal Hernández

 

José María Imbert de Hilario Rodríguez

Narraciones dominicanas” es una obra de Manuel de Jesús Troncoso de la Concha con la que la Librería Dominicana, de Julio Postigo, inició su colección “Pensamiento Dominicano” en 1949. En 2008 fue reeditada por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos con el auspicio del Banco de Reservas.

En la nota introductoria de esta nueva edición, José Enrique García la califica como un “referente de la narrativa dominicana”, cuya característica general es “la recuperación de episodios comunes a la comunidad que anduvieron juntos a los históricos”.

Uno de esos episodios es el titulado “Un ahijado del Santísimo”, en el que se cuenta la anécdota de la escogencia del Santísimo Sacramento como padrino de bautismo del general Segundo Imbert Delmonte, hijo del también general José María Imbert, héroe de la batalla de Santiago del 30 de marzo de 1844.

Segundo Imbert nació en Moca el 12 de mayo de 1837, año en que era comandante militar de esa ciudad el jefe de escuadrón haitiano Medard Mathieu; José María Imbert ocupaba el cargo de corregidor. Entre Imbert y Mathieu dice Troncosoexistían, además de las relaciones oficiales que eran de rigor entre quienes ejercían la autoridad militar y la civil, las de amistad que se podían concebir en aquella época entre un francés y un haitiano, con más la circunstancia de hallarse casado el francés con una dominicana de pura cepa que en su primer ruego de cada día pedía al Altísimo librar al país de la dominación de Haití. Y continúa: “No podía pasar inadvertido para el comandante militar haitiano el fausto suceso que se había operado en el hogar del corregidor, ni quería tampoco que éste y su consorte viesen sólo en la visita que debía hacerles el ajustamiento suyo a una regla de etiqueta, sino la expresión cabal de un sentimiento de su corazón que lo movía a compartir con ellos el justo regocijo que experimentaban

Mathieu se ofreció a Imbert como padrino de su nuevo hijo no era el primogénito como dice Troncoso, planteamiento del que Imbert logró escabullirse al significar que, junto a su esposa, había resuelto que el Santísimo Sacramento fuese su padrino, aceptándolo Mathieu de buena gana. El autor referido asegura que “su padrino fue el Santísimo Sacramento, porque así se le dijo al párroco y éste, sin duda, en el secreto de la providencial inspiración de don José, lo aceptó”.

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