INSTITUTO DOMINICANO DE GENEALOGÍA, INC.

Cápsulas Genealógicas

en

SECCIÓN SABATINA DEL DIARIO HOY

SÁBADO, 20 DE MAYO DE 2006 

|<< INICIO<< AUTOR< ANTERIORCALENDARIOPOSTERIOR >AUTOR >>INDICE >>|

 
DESCENDENCIAS SACERDOTALES: INTRODUCCIÓN (1 de 10)

Preparado por Edwin Rafael Espinal Hernández

 

En 1891, el Pbro. Carlos Nouel renunció al curato de la Catedral de Santo Domingo y pasó a residir a Santiago, donde ocupó el cargo de Cura y Vicario Foráneo de la parroquia de Nuestra Señora del Carmen a partir de diciembre de ese año y hasta 1897. Con su salida de la capital, buscaba una parroquia en la cual pudiera, al tiempo de ejercer su ministerio, desempeñarse como abogado, profesión que practicaba antes de asumir su vocación religiosa en 1882 y que le permitiera sostener a los diez hijos que había procreado en su matrimonio con Clemencia Antonia Bobadilla Desmier, de quien había enviudado en 1876.

Esa dualidad ocupacional le había sido criticada por el Arzobispo Meriño, quien le recordó las limitaciones canónicas con respecto al ejercicio de su profesión. El 25 de mayo de 1891, en respuesta a una nota de Meriño en ese sentido, escribió: “Me prohíben los Sagrados Cánones cumplir con el sagrado deber de buscar los medios de subsistencia para la familia que legítimamente tenía procreada antes de ser sacerdote? No sabía por ventura la Autoridad Eclesiástica, al admitirme en la Iglesia que sobre mí pesaban esos deberes impuestos por la naturaleza, la sociedad y la religión? (…) Y no me diga tampoco que el Sacerdote no debe tener familia, como le he oído decir a Ud. muchas veces. Esa teoría es muy bonita y muy buena, y mejor aún en los tiempos apostólicos; pero hoy en la práctica, y aún antes de ahora, ningún sacerdote ha roto los lazos de la naturaleza, ni ha ahogado la voz de la sangre, ni renunciado a los afectos lícitos. Lazo, voz y afectos que no pugnan con el Sacerdocio, como lo enseña lo que se ve todos los días, y en todos los tiempos se ha visto, aquí y en todas partes”.

Con estos párrafos, Nouel dejaba al descubierto una realidad de vieja data en la sociedad dominicana: la paternidad de muchos hijos naturales era atribuida a sacerdotes. Los ejemplos abundan. El propio Meriño era padre del Dr. Fernando Alberto Defilló y abuelo del tribuno y funcionario de la Era de Trujillo Arturo Logroño. El munícipe santiaguero pero nacido en Cotuí, José Manuel Glas, era hijo de José Glas Adames, un cura que luego ahorcó los hábitos, y de la mulata María Lucas. El Pbro. Pedro Carrasco Capeller, cura de San José de los Llanos para 1844, dejó hijos en esa comunidad, de acuerdo con el testimonio de su contemporáneo Clemente Sosa, y el Pbro. Dr. José Ruiz fue padre del también sacerdote Alejo Ruiz (n. Santiago, 1792), ordenado en 1819 y cura en San Francisco de Macorís (1819-1822), teniente cura de las parroquias de Santa Bárbara y Azua y párroco en Hato Mayor (1844-1845).

Del padre José Manuel Román Grullón, canónigo, cura y vicario de la Iglesia Mayor de Santiago de 1896 a 1897 y de 1900 a 1911, se señala que fue progenitor de más de cuatro decenas de hijos, repartidos entre República Dominicana, Italia y Francia. Pablo Báez, padre del presidente Buenaventura Báez, era hijo del Pbro. Antonio Sánchez Valverde, el conocido autor de la obra Idea del valor de la isla Española y de una monja que por esa acción recibió severos castigos o una señora casada apellido Firpo o Filpo residente en Azua, que aprovechó la ausencia del esposo y por supuesto la visita eclesiástica del sacerdote. Según su testamento, él fue un expósito dejado en la puerta de la capilla de Nuestra Señora de la Altagracia del hospital San Nicolás de Bari, de donde fue recogido por una familia apellido Capellier, donde aprendió el oficio de  dorador, para emplearse luego en casa de un platero francés de apellido Báez, quien lo autorizó a usar su patronímico.

La condición de hijos de sacerdotes de ciertas figuras sólo ha podido llegar a nosotros gracias a la tradición oral transmitida entre sus descendientes, dada su calidad de hijos naturales. En ocasiones, el vínculo filial aparece disfrazado bajo el eufemismo de “ahijados” a los cuales los curas instituían como legatarios de parte de sus bienes. Pero en todo caso, el concubinato no era un instituto muy difundido entre la clase clerical.

Un documento del archivo del Pbro. L.N. de Buggenoms, Vicario Apostólico de Santo Domingo en 1866, titulado “Relación nominal de los párrocos residentes en la Arquidiócesis de la República Dominicana, con expresión del lugar de la residencia, edad aproximativa y conducta en general”, permite dar una idea de la importancia concedida a la vida de los sacerdotes. En 1867, Buggenoms, al informar a la Santa Sede sobre los asuntos de la Iglesia en Santo Domingo, refería: “Los miembros del clero, con pocas excepciones, están completamente privados del espíritu sacerdotal y no trabajan sino con intenciones y miras mundanas (…) El sacerdote (antiguo Monseñor) Gabriel B. Moreno del Christo, Cura de las cercanías de Santo Domingo y pariente próximo del ex Presidente Báez acaba de dar un escándalo público en contra de las buenas costumbres”.

Un conocido sacerdote, el Pbro. Bernardo Pichardo Betancourt, fue piedra de toque en un escándalo que enfrentó al Presidente Santana y a Monseñor Meriño. En abril de ese año, Pichardo Betancourt, quien ocupaba interinamente la dirección de la parroquia de San Cristóbal, fue suspendido en sus funciones, llamándosele a Santo Domingo y obligándosele a entregar la curia al Pbro. Benito Díaz Páez. Monseñor Martín Niewindt, Vicario Apostólico de Curazao y Santo Domingo, había promovido su censura.

Rehabilitado, en el mes de julio siguiente, fue designado en la parroquia de Hato Mayor, la que ocupó hasta mayo de 1860, cuando fue hecho preso y encerrado en el Cabildo Eclesiástico. La razón: la acusación que presentaron Ana María Pozo y Ursula González, dos vecinas de Hato Mayor, ante el alcalde, el comandante de armas y el síndico de la localidad, de que el padre Pichardo las quiso “forzar”, a la primera supuestamente después de violentar su casa y a la segunda sorprendiéndola en un baño.

Pichardo permaneció encerrado del 6 al 30 de mayo de 1860, cuando Fernando Arturo de Meriño, Gobernador Apostólico de la Arquidiócesis de Santo Domingo, ordenó al Pbro. Pina, Teniente Cura de la Catedral de Santo Domingo, ponerlo en libertad. El general Pedro Santana, a quien le fue comunicada la denuncia, criticó a Meriño por esa decisión, ya que no se le aplicóel castigo merecido. Meriño se defendió diciendo que, al actuar como lo hizo, obró como un juez imparcial. Las informaciones que recogió el Pbro. Francisco Díaz Páez, comisionado por Meriño para investigar el hecho y designado en sustitución de Pichardo en la parroquia oriental, determinaron que la señora Pozo era una “ramera conocida”, amancebada con el alcalde, con lo que su testimonio no era creíble; que nadie pudo testificar sobre los pormenores del presunto intento de violación y que, de ser cierto,no fue público de modo que causara escándalo en el pueblo. Pero lo que sí quedó al descubierto es que la Pozo y el cura se visitaban con frecuencia, pero no deshoras de la noche, como se alegó…

Sin pruebas, ante una acusación tenida como poco seria y guiado por los principios de queen caso de duda se ha de favorecer al reo y que en casos oscuros las leyes se interpretan benignamente, Meriño le razonó a Santana que el deshonor, los días en prisión, la suspensión por más de un mes en sus funciones, las penitencias y las confesiones que el Pbro. Pichardo tuvo que realizar, eran sanciones más que merecidas. Jesús no quiere la muerte del pecador, sino su conversión, le apuntaba Meriño.

Inteligentemente, Meriño le respondió a Santana el mismo día en que el gobernante dictó una resolución por la que ordenaba la expulsión de Pichardo del país, con lo que la misma quedaba sin efecto. Santana quedó así desarmado. De su lado, Pichardo fue nombrado justo dos años después cura auxiliar de la Catedral y catedrático de latín en el Seminario Conciliar.

En esta serie de diez entregas abordaremos la descendencia de prominentes sacerdotes que en el desempeño de su misión pastoral se vincularon con feligresas para regar ocultamente con su sangre muchos árboles genealógicos dominicanos. Sacras progenies que, como escribió Nouel, se ven en todos los tiempos y en todas partes.


Fuentes Bibliográficas:   

Bello Peguero, Mons. Dr. Rafael: Actos del gobierno eclesiástico, 1859-1877, Editora Amigo del Hogar, Santo Domingo, 1998

Campillo Pérez, Julio G.: Buenaventura Báez y sus antepasados, Raíces, boletín del Instituto Dominicano de Genealogía, No.2-3, enero-junio 1993

Chez Checo, José: El presbítero y comendador Gabriel Moreno del Christo - París o Las pampas del Guabatico, Colección Historia Total, No.4, Santo Domingo, 1996

Mella Chavier, Georgilio: Testimonio de Clemente Sosa, Instituto Duartiano, boletín 11, enero-junio 1975

Sáez, José Luis: El doctor don Carlos Nouel, Serie Hombres de Iglesia, No.18, Santo Domingo, Editora Amigo del Hogar, 2006

 

Sáez Ramo, José Luis: Participación política directa del clero dominicano (siglos XIX y XX), Academia Dominicana de la Historia, revista Clío No.183, enero-junio 2012

|<< INICIO<< AUTOR< ANTERIORCALENDARIOPOSTERIOR >AUTOR >>INDICE >>|