En 1502, siendo gobernador de
la isla Nicolás de Ovando, la ciudad de Santo Domingo,
originalmente fundada en la margen oriental del río Ozama, fue
trasladada a la orilla occidental por razones geográficas, económicas
y naturales. Hasta 1586, cuando fue invadida por el corsario
Francis Drake, constituía el punto obligado de toda
relación con la colonia y el continente, partiendo de ella las
expediciones para la conquista de las islas caribeñas,
Venezuela, Colombia y Panamá.
Desde el último cuarto del siglo
XVI hasta mediados del siglo XVIII, la ciudad decreció en
población y tamaño y se aisló del resto del nuevo mundo
descubierto. En este período, sólo dos asentamientos tuvieron
lugar en sus afueras, que con el correr del tiempo serían los
primeros poblados en unírsele: San Carlos, al norte, fundado por
emigrantes canarios hacia 1685, y Los Mina, al noreste, al cruzar
el río Ozama, fundado por negros en 1677, los cuales escapaban
de la esclavitud en Saint Domingue.
Hasta mediados de 1800, la
ciudad mantuvo un desarrollo muy pobre, acentuado durante la
Ocupación Haitiana. Los años que siguieron a la Independencia en
1844 fueron de relativa calma y generaron su moderada expansión.
Casi se llena el área intramuros, San Carlos crece hacia el sur,
mientras que hacia el norte, San Lázaro, San Miguel y San Antón
se acercan a la muralla. La construcción del ingenio La Francia
en 1876, en la margen este del río Ozama, dio origen al
asentamiento llamado Pajarito, denominado posteriormente Villa
Duarte. A partir de 1890, hacia el suroeste, se construye Ciudad
Nueva, mientras
que San Carlos se une a la ciudad física y administrativamente
en 1910.
Hasta la última década del siglo
XIX, la muralla colonial, construida entre los siglos XVI y
XVIII, permaneció intacta. Su destrucción a partir de entonces
conllevaría paulatinamente la urbanización de las propiedades
solariegas fomentadas en el siglo XVIII y ubicadas en el cercano
entorno de la ciudad intramuros. El sector más acomodado de la
población capitalina, aburrido del ambiente de las casas
coloniales, apretujadas en sus calles llenas de tráfico y
bullicio, empezaría a transformar sus antiguas estancias en
lotificaciones para erigir elegantes residencias rodeadas de
grandes jardines y crear así un ambiente más acogedor y humano,
en contacto con la naturaleza.
De este modo, las quintas de recreo
situadas sobre el camino de Güibia o San Jerónimo y el camino de
las cuevas de Santa Ana, al oeste de la Sabana del Estado, en el
camino del Esperillón de San Carlos y en los antiguos terrenos
de las estancias de La Generala y de Francisco de Gascue y
Oláiz, dieron paso a magníficas residencias para las clases
acomodadas y a los primeros espacios residenciales fuera de las
murallas: Gascue, La Aguedita, Mis Amores, La Primavera y el
Ensanche Lugo.
El mismo proceso se verificó con
la demolición de lienzos de la muralla a la altura de los
barrios de San Lázaro, San Miguel y Santa Bárbara, al
urbanizarse los terrenos al norte de la misma, donde se
encontraba ubicada, entre otras, Villa Francisca, estancia de
Manuel de Jesús Galván y su esposa Francisca Velásquez,
parcelada y convertida en el ensanche del mismo nombre. Al
noroeste de Villa Francisca, en los terrenos de la estancia del
Alcalde Mayor Galindo Quiñones —donde se cometió la violación y
asesinato de tres hijas de don Andrés Andujar en 1822 (las
“vírgenes de Galindo”)— surgió Galindo, la primera barriada
marginada que tuvo la ciudad.
Las familias Nanita, Pina, Pou,
Gautier, Henríquez, Báez, Vicini, Michelena, Peynado, Pellerano
y Lluberes y personajes como Mr. Glosing y Juan Alejandro
Ibarra, fueron claves en la aparición de las zonas residenciales
extramuros, que guardaban notables diferencias con los hábitats
de la propia ciudad.
Concomitantemente, la apertura
de la avenida Capotillo (hoy Mella) y la modificación de los
caminos de Güibia, de las cuevas de Santa Ana y de Gascue en las
actuales vías Independencia, César Nicolás Penson y Bolívar,
respectivamente, constituyeron obras públicas fundamentales que
permitieron su consolidación. Posteriormente, la construcción
del hipódromo La Primavera, la Receptoría de Aduanas, las
avenidas George Washington, Fabré Geffrard (hoy Abraham Lincoln),
Máximo Gómez y San Martín, la estancia Ramfis, el aeropuerto
General Andrews, el palacio de la Nunciatura Apostólica, el
hotel Jaragua y el Jardín Zoológico, los modernizarían y
romperían, simbólicamente, con el cambio de la trama urbana, el
poder de lilisistas, caceristas y horacistas.
Las suntuosas casas de Gascue
–correcta ortografía de este sector y no Gazcue, por ser esta la
forma del apellido del propietario de la estancia que le dio
nombre– y sus ensanches periféricos, lo mismo que las viviendas
para clase media en Villa Francisca, fueron barridas por el
ciclón de San Zenón, en 1930, dando paso a un nuevo de tipo de
arquitectura, que tuvo en Gascue sus mejores ejemplos, pocos de
los cuales perviven.
A partir de 1931, después de la
destrucción causada por el ciclón, se construyen los barrios de
Villa Juana y Villa Consuelo, al noroeste, como una continuación
de Villa Francisca y con las mismas características de grupo
social y estructura urbana. Durante la etapa de consolidación de
la Era de Trujillo, la zona norte de la ciudad empezó a
aglutinar las primeras grandes industrias y con ellas a la clase
obrera empleada en las mismas, que fue beneficiada con proyectos
como el Barrio Obrero y el Barrio de Mejoramiento Social. En la
época de la posguerra, aunque Trujillo concentraba la propiedad
de la mayor parte de las tierras urbanas y suburbanas de Santo
Domingo, algunos particulares desarrollaron proyectos que darían
origen a nuevos núcleos de expansión, como los Ensanches Piantini y Evaristo Morales al noroeste y Alma Rosa, al otro
lado del Ozama. Este último pasó a integrarse a otros espacios
configurados décadas atrás, como el Ensanche Molinuevo.
En esta serie
de 15 entregas, abordaremos desde la óptica genealógica y a
través del conocimiento del surgimiento y evolución de los diversos
enclaves mencionados, dos etapas del proceso de expansión urbana
experimentado por la ciudad de Santo Domingo: la primera,
verificada entre 1890 y 1930, a partir de la transformación de
sus viejos caminos, estancias y terrenos, y la segunda, surgida
al amparo de las intervenciones realizadas entre 1930 y 1961,
durante la Era de Trujillo. Dos períodos de cambios en cuyo
impulso participaron los más rancios grupos de la élite
capitalina.