Las personas ubicadas en
posiciones administrativas en la ciudad de Santo Domingo durante
el siglo XIX, canarios en su gran mayoría, fueron
las que dejaron líneas de descendencia más visibles en la
población blanca.
Se aclara, a partir de ahí, lo
reducido de la población blanca, fenómeno que alcanzó su máxima
expresión en la segunda mitad del siglo XVII, cuando en muchas
villas habían desaparecido las personas conceptualizadas como
tal.
En una medida considerable, sus
integrantes estaban unidos por lazos de parentesco, aun fuesen
lejanos. Este rasgo endogámico revela un sentido de clase: los
miembros de ese reducido sector tendían a contraer matrimonio
entre sí, a no mezclarse con otros sectores.
La focalización de figuras
connotadas, como Ruy Fernández de Fuenmayor, nos ayuda a
visualizar ese comportamiento, quien junto a su esposa Leonor de Berrio y sus relacionados, aparece en tres ocasiones en el árbol
genealógico de la familia Cassá. Eso significa que algunos de
sus descendientes contrajeron matrimonio. Por una parte, su hija
Felipa Margarita se casó con Rodrigo IV de Bastidas, dos de
cuyos biznietos a su vez se casaron: se trata de Gonzalo IV
Fernández de Oviedo y Ana de Bastidas, quienes tuvieron entre
sus hijos a Ana Teresa Fernández de Oviedo de Bastidas.
Por si fuera poco, el otro hijo
de Ruy Fernández de Fuenmayor, Ruy II, también forma parte del
referido árbol genealógico, ya que su hija María Fernández de Fuenmayor contrajo matrimonio con
Juan de Mieses Ponce de León,
siendo bisabuelos de María Antonia de Mieses Ponce de León,
quien además era nieta de la también mencionada Ana Teresa
Fernández de Oviedo. Con esa relación se observa que las líneas
familiares originadas a mediados del siglo XVI volvieron a
entrecruzarse en la segunda mitad del siglo XVIII. Esto indica
que, aunque el sector oligárquico formado en los inicios del
siglo XVI sufriese debilitamientos ulteriores en el aspecto
económico, tendió a mantenerse como un grupo relativamente
cerrado.
Otra expresión de lo anterior es
que hay veintiuna personas que aparecen dos veces en el árbol
genealógico. La mayoría de ellas se relacionan a alguno de los
descendientes de Hernando de Hoyos, la primera Inés de Ledesma,
Rodrigo de Bastidas y Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés.
De una u otra manera, pues,
sobre todo a partir del siglo XVII, era elevada la proporción de
personas con relaciones de parentesco, aun remotas, que
contraían matrimonio. Ello era expresión de la pequeñez del
grupo social, no ajena a la precariedad económica en que se
desenvolvía la vida colonial.
Al mismo tiempo, tal práctica
endogámica estaba reforzada por un sentido grupal que se
asentaba en el supuesto de la condición superior que
proporcionaba la antigüedad en la isla. Los criollos
desarrollaron un sentido aristocrático relativo a la importancia
de sus antepasados, remontándose, regularmente, a los anales
iniciales de la conquista. Era, por ello, importante mantener
lo que entonces se denominaba “perpetuidad” de los apellidos.
Esta práctica se relacionaba a la condición social, ya que podía
haber bienes vinculados a apellidos, e incluso funciones
públicas. Pero lo sustantivo era que la pertenencia a
determinado círculo familiar aseguraba una posición social, una
dignidad que iba más allá de lo económico en la escala de
valores de la época.
Este comportamiento social de
cerrazón también se pudo apreciar en otras ciudades importantes
de la isla, como Santiago y La Vega,
en donde las líneas de descendencia quedaron menos visibles, aun
en personas connotadas.
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