El tipo racial predominante era el negro, seguido de los mulatos y criollos, siendo los menos los de los tipos congo, boruco, mina, ladino, mandinga y tombas; aparece un curazoleño como expresión del corso caribeño. En el caso de los criollos, trasluce que habían nacido en la isla y que formaban parte de una generación esclava precedente.
Funcionarios de la administración, sacerdotes, militares y ciudadanos eran propietarios de esclavos, heredados como parte de patrimonios familiares o adquiridos a dueños residentes en Bayaguana, Cotuí, Higüey, Santiago —también asiento de hatos— o Santo Domingo, cabeza de su jurisdicción y donde trasladaban su ganado para la venta.
La lista de aquellos esclavos en El Seibo en el siglo XVIII que llevaron apellidos, ya fuese el de sus amos y amas o patronímicos distintos —que correspondían en algunos casos al de sus dueños anteriores—, así como nombres que fueron asumidos como patronímicos, de acuerdo a los actos notariales que se conservan en su Archivo Real, es la siguiente:
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ANTONIO, JOSÉ: Esclavo negro “mui altivo” de José de las Mercedes y Rafaela de Herrera que compraron a Domingo Sánchez y vendieron al gobernador de armas de El Seibo Manuel Sorrillas en 260 pesos “de a ocho reales de plata” el 28 de febrero de 1757 por ante Lucas Suárez de Brito, escribano público y de cabildo de El Seibo. Tenía entonces 25 años aproximadamente.
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BATISTA, JUAN: Esclavo de casta congo, adjudicado a los tres hijos menores de María Claudina de Jesús y Sosa. El albacea y tutor de dichos menores, Antonio de Jesús y Sosa, lo vendió al alférez real Salvador de Sosa, vecino de Bayaguana, en 300 pesos, el 16 de diciembre de 1751 por ante el escribano público de El Seibo Félix Tomás Ramírez.
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BAUTISTA, JUANA: Negra criolla, esclava de Pedro Mártir Doroteo, vecino de El Seibo, a quien le correspondió como cónyuge supérstite y tutor de los hijos procreados con Leonor María, a quien se la había legado mediante testamento el capitán Juan Miguel. La vendió a Manuel Fernández Baldelomar, sacristán mayor de la villa de El Seibo, el 2 de octubre de 1755 por ante el escribano público y de cabildo Bonifacio Camarena. Para entonces tenía aproximadamente 26 años y “una cría” de sexo femenino de tres meses, la cual debía criar y alimentar por el lapso de un año contado a partir de fecha de la carta de venta; terminado este, debía entregarla al vendedor, por no estar comprendida dentro de su precio de venta, que fue de 250 pesos “de a ocho reales de plata cada uno”. Pese a recaer la obligación de alimentación de la “negrita” en su madre esclava, el vendedor no se haría cargo de solventar los gastos en los que para ello incurriera.
Notas Bibliográficas:
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